¡A la plaza!

Cuando uno puede darse el lujo de comer tortillas artesanales —cocidas con leña en comal de barro— e ir a la plaza con la canasta para llenarla de la cosecha de un campo  bondadoso, es que uno vive las cualidades del entorno. Ahí, la línea del tiempo se borra en el tumulto que alberga la escena de un tianguis en que se comparte la recolecta del día en el piso sobre hojas de plátano. No faltan los tlacoyos, el queso y los huevitos de rancho; hongos, flores y medicinas silvestres… También están los moles, los granos y las semillas… y una oferta de delicias de las huertas  para satisfacer cualquier paladar.

Aquí uno vive sin prisa, en compañía del murmullo del agua bajo los puentecitos de piedra  y la montaña que nos refugia de los pensamientos alejados de una vida apacible.

Que no falte el mezcalito para convidar el alma.